jueves, 16 de diciembre de 2010

Se ruega silencio

Vivir en un pueblo tiene muchísimas ventajas. Y algún que otro inconveniente.


Uno de ellos, es que las grandes bibliotecas llenas de universitarios estresados y trabajadores te quedan a una hora de trayecto de casa. Así que no tienes más remedio que ir a la cutre-biblioteca de tu cutre-pueblo.
Y a la que llevas pocos días aguantándola ya conoces a todos los asiduos. Y dios mío, a cuál peor... Os puedo hacer una lista de los especímenes que me he encontrado hasta el momento...


En primer lugar tenemos a los niños haciendo trabajos. Ruidosos, escampando todo su material de manualidades por la mesa y comiendo guarradas. Y encima tener que oír comentarios del estilo: ¿”a ver” se escribe junto o separado? Cariño mío, lo que debería estar separado es tu cabeza... a más de dos metros de tu cuerpo, a ser posible.


En la mesa de enfrente tenemos al típico abuelito bronquítico crónico. Viene a leer el diario, así que no está ahí mucho rato. Pero te deleita con todas sus variantes de ruidos pulmonares desagradables, toses y mocos varios. Y yo ahí, aguantando como una campeona las ganas de pedirle que se trague todo el paquete de kleenex que guarda, cariños amente y sin usar, al lado de su cartera.


Aun peor que estos colectivos son las mamás sordas. Las que se pasean por toda la biblioteca buscando cualquier libro cursi con el que pasar sus desgraciadas tardes de esposa infeliz mientras su hijo berrea como si le estuvieran arrancando el único diente que tiene. Señora... como no saque a su hijo de aquí, le voy a dar yo motivos para llorar.


Y ya, como gran estrella del escenario de mis pesadillas, tenemos a la bibliotecaria chismosa. Sí, esa que después del ¡Chsssst! Al mocoso de turno, vuelve a mirar a su compañera y le sigue preguntando sobre el fantástico fin de semana que pasó con su novio en París. Sí, nos enteramos los del rinconcito más apartado de la biblioteca. Los únicos desgraciados que venimos aquí a trabajar.


Ya solo me queda quejarme del gran inteligentísimo alcalde que tenemos. Que no tiene mejor idea que poner el punto de información de las fiestas del pueblo DENTRO de la biblioteca. Dimita, se lo suplicamos...


En fin... Esta es una de las piezas que lleva escrito... Vais a morir todos!

3 comentarios:

Petri dijo...

Una buena fauna de biblioteca, como si los estuviera viendo jeje..
Gracias por tu visita.
Un saludo.

Dr. Muerte dijo...

Recuerdo mis tiempos de biblioteca, cuando estudiar significaba casi vivir en un monasterio. En aquellos tiempos compartía pupitre con Fra Miguel, aunque cada uno tenía su propia vela para poder leer mejor. Qué tiempos... Eso sí era una biblioteca, con sus ratas, sus tres grados bajo cero y sus libros apestosos...

Daniel Rioja dijo...

Yo soy un maníatico de las bibliotecas: quiero un silencio sepulcral, orden, una mesa espaciosa, bastante luz... En Vitoria hay una magnífica, pero no renuncio a estudiar con tapones. En Madrid, hay muchas, pero cerca de mi casa solo una que no dista mucho de la que describes.

Un beso.